HERMES

 

Hijo de Zeus y la pléyade Maya es sin duda un dios con una personalidad muy rica en matices, es el mensajero de los dioses, acompañante de las almas de los muertos en su entrada al Hades, dios de los comerciantes, de los oradores, de los inventores, los viajantes, los atletas, y también de los ladrones y timadores.

Era el más listo, el de mayor inventiva y el más astuto y pícaro de todos los dioses del Olimpo, todo un pieza. Estas habilidades ya las demostró desde el día de su nacimiento: nació por la mañana en una cueva del monte Cilene en Arcadia, a mediodía ya se había escapado de su cuna y había aprendido a hablar y a tocar la lira; por la tarde se dedicó a robar cincuenta vacas y bueyes del rebaño de Apolo, y para tener una coartada por esta acción se llevó todo este ganado hasta una cueva tirando de la cola de los animales para que dejaran las huellas al revés. Ya de noche, regresó a su cueva como si no hubiera sucedido nada, se volvió a arropar con su mantita y con la más inocente de sus sonrisas se quedó dormido. Cuando Apolo descubrió el robo de los bueyes, utilizó sus poderes adivinatorios para averiguar quién había sido el culpable. Una vez descubierto que había sido el pequeño Hermes, Apolo le obligó a confesar su fechoría, pero eran tales las mentiras que salían de la boca del pequeño, que Apolo no tuvo más remedio que llevarlo ante Zeus a quien exigió que se hiciera justicia.

Maya trató de exculpar a su hijo aduciendo que una criatura tan pequeña que aún dormía en su cuna no podía haber perpetrado un robo semejante. Zeus no se dejó engañar por el tierno aspecto del niño y para poner orden exigió a éste que devolviera a Apolo sus bueyes. Hermes, doblegado ante la autoridad de su padre, condujo a Apolo hasta la cueva donde los había escondido y se puso a tocar la lira. Apolo, fascinado ante las posibilidades musicales del instrumento, ofreció al pequeño dios todo el ganado robado a cambio de la lira, trato al que Hermes accedió gustoso. Además de los bueyes, Apolo regaló a Hermes su cayado de pastor, una vara con la que el joven dios construyó su arma predilecta y su símbolo por excelencia: el caduceo. Apolo también le recomendó que fuera al monte Parnaso a aprender la técnica de la adivinación. Hermes le hizo caso y allí fue donde empezó su preparación para su futura ascensión al Olimpo.

Hermes tardó bastante en llegar al panteón olímpico, no sin pasar por algunas dificultades. El primer escollo era su madre, una diosa de rango inferior que no reunía los requisitos “aristocráticos” de la alta sociedad del Olimpo. Así fue como Hermes se quedó en tierra cuidando rebaños de pastores de Arcadia y pasando su tiempo inventando artilugios e instrumentos: tras la lira que había regalado a Apolo, inventó la flauta de los pastores; también descubrió la piedra que, al chascar hace encender las hogueras; más tarde inventó los números, la escritura y el sistema de medición. Sin embargo, todo esto de vivir en la tierra le aburría soberanamente y le pidió a su madre que le permitiera ir a vivir al Olimpo. Maya, que no estaba muy conforme, le dijo que posiblemente los dioses no le aceptaran entre ellos, a lo que Hermes anunció que si ese fuera el caso, reuniría una banda de ladrones de la que él sería el jefe y cometería toda serie de tropelías en la tierra. Ante estos argumentos, la madre accedió a dejarlo partir hacia el Olimpo y así es como llegó.

En el Olimpo los dioses lo recibieron con mucho entusiasmo; no sólo sabían de sus obras, inventos y descubrimientos, era también el hijo del dios supremo, Zeus y por tanto se merecía un lugar entre ellos. Inmediatamente lo colocaron en un puesto de alto rango. Para empezar, Zeus lo nombró su heraldo personal. Este puesto ya estaba ocupado por la diosa Iris, pero pronto Hermes dio cuenta de ser un alumno aventajado: mientras Iris solo daba la notificación del encargo de Zeus, Hermes incluía en sus servicios la ejecución de dicho encargo. Así, la clientela de Hermes aumentó extendiéndose al resto de los dioses y su oficio se diversificó llegando a ser incluso su consejero. Era con Zeus con quien su trabajo le resultaba más gratificante ya que este siempre le encomendaba las misiones más delicadas y complejas y Hermes siempre las cumplía correcta y satisfactoriamente: salvó, por ejemplo, al hijo de Zeus, Dionisos, que en un momento de enajenación mental quiso acabar con la vida del rey Atamante; mató al pastor de cien ojos, Argo, quien por orden de la celosona Hera, mantenía prisionera a la amante de Zeus, Ío. Ayudó también a muchos héroes, a Perseo en su lucha contra la Gorgona Medusa; a Heracles durante el tiempo que sirvió al rey de Micenas Euristeo; a Orfeo en su osado viaje de ida y vuelta al Hades en busca de su amada Eurídice; a Odiseo, en las muchas aventuras que corrió en su viaje de regreso a Ítaca desde la vencida Troya. Hermes fue también quien por orden de Zeus resucitó a Pélope tras haber muerto a manos de su propio padre, Tántalo.

Ayudó también a los simples mortales siempre que se lo pidieran: desde tener cuidado de los rebaños y acompañar a los viajeros en su camino, hasta conceder fuerza a los luchadores y velocidad a los corredores en pruebas atléticas. En general a todo aquel que hiciera un esfuerzo por conseguir algo. Fue el único dios que nunca sintió repulsión por ayudar a estafadores y ladrones, siempre y cuando actuaran de una forma inteligente (como algunos políticos). En particular los ladrones lo tenían en gran estima, no solo por las habilidades que demostró desde el día que nació, sino también porque a modo de broma llegó a robar el cetro de Zeus, el tridente de Poseidón y la espada de Ares.

Por sus muchas obligaciones en casi todos los ámbitos se desprende que no tuvo tiempo de casarse, aunque ciertamente eso no significó que no tuviera amoríos y descendencia. De los hijos más conocidos son Sátiro, Pan, Sísifo y Hermafrodito, este último de su unión con Afrodita (de ahí el nombre). El joven Hermafrodito era, como correspondía a su divina ascendencia, grácil y hermoso, pero sentía un fuerte rechazo por la compañía femenina. La ninfa Salmacis, enamorada de él, le persiguió y acosó sin lograr que el joven hiciera caso de sus súplicas amorosas. Desesperada, Salmacis pidió con tal fervor a los dioses que le concedieran el no separarse nunca del esquivo Hermafrodito, que las divinidades escucharon su lamento y fusionaron en un mismo ser los cuerpos de los dos jóvenes. De este modo, el hijo de Hermes y Afrodita pasó a tener un cuerpo que presentaba al mismo tiempo rasgos femeninos y masculinos.
Por norma general, Hermes es representado como un joven hermoso, más grácil que fornido, tocado con un sombrero y con un par de alas, bien en sus sandalias, bien directamente en los pies, que le permiten volar aunque originalmente Hermes era representado como un dios viejo y barbudo.

Por Marisa Sastre


 

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