APOLO

Hijo de Zeus y Leto, dios de la luz y protector de la vida y el orden, arquero infalible y maestro en las artes adivinatorias. Con el paso del tiempo tomó otras características que llegaron a formar parte indisoluble en las funciones y las representaciones que hoy tenemos de él. Así, Apolo se convirtió en el dios de la belleza y las artes plásticas, terminó por asimilársele con el dios del sol, Helios; también está relacionado con asuntos tan opuestos como la enfermedad y la curación; fue el dios de la armonía y la razón, el iniciador de los jóvenes en el mundo adulto, dios de la naturaleza y los pastores. Todo esto hace que Apolo esté considerado como uno de los dioses más influyentes y venerados del panteón olímpico.

Su nacimiento fue un tanto accidentado: para variar, Zeus se había quedado prendado de una diosa menor, Leto, a la que dejó preñada, y como no, la furia de Hera no se hizo esperar cuando descubrió que su maridito había vuelto a las andadas coronándola una vez más con una diadema de cuernos. Persiguió a Leto incansablemente y le envió a Pitón, una aterradora serpiente con cabeza de dragón para aniquilarla y anunció que descargaría su ira sobre la tierra a quien osara darle acogida. Ante este panorama, Leto, exhausta por su avanzado estado de gestación, se refugió en la isla de Delos. En aquella época esta isla no estaba unida al fondo marino, simplemente flotaba, y aunque no era el lugar más idóneo para dar a luz, allí se quedó. Tan pronto como pisó tierra subió al monte Cynto y entonces Zeus creó dos rocas desde las profundidades del mar que rodearan la isla e impidieran la entrada de Pitón. Delos quedó por fin anclada y Leto dio a luz a sus dos hijos mellizos, Apolo y Artemisa.

Cuando Apolo creció, juró venganza por las vicisitudes causadas a su madre antes de nacer él y su hermana: se armó con el arco y las flechas que Hefesto había forjado para él y se dirigió al lugar donde moraba Pitón. Por fin la encontró en una profunda hendidura bajo el monte Parnaso, primero la agujereó con una lluvia incesante de flechas y tras una breve lucha, la mató. Apolo hizo desaparecer el cuerpo del monstruo en la tierra y para que no quedara rastro de su existencia bautizó el lugar con el nombre de Delfos, donde más tarde fundó un santuario profético en el que los mortales pudieran averiguar la voluntad de Zeus. A pesar de que Pitón era una criatura repugnante también era un ser divino, era hijo de Gea, y como tal, Apolo debía ser castigado por su muerte, de otra manera se vería despojado de sus funciones como dios. Así, Zeus le impuso de penitencia vivir como un simple pastor durante ocho años al servicio del rey Admeto. Tras el cumplimiento de su castigo, Apolo pasaba su tiempo entre Delos, Delfos, la región de Hiperbórea y el Olimpo.

Otra consecuencia de este amor filial fue la masacre que Apolo y su hermana Artemisa infligieron a Níobe, reina de Tebas. Esta reina tuvo la desfachatez de presumir en público de ser mejor que Leto pues ella engendró a catorce hijos, mientras que la diosa solo tuvo dos. La ofendida Leto pidió a sus hijos que le hiciesen pagar por tal afrenta, a lo que Apolo y Artemisa respondieron con sus flechas matando a todos los hijos de Níobe. La reina acabó convertida en piedra por las lágrimas que derramó ante el dolor que le supuso la pérdida de sus hijos. Se dice que de sus lágrimas se formaron las fuentes del río Aqueloo.

En el Olimpo, Apolo siempre era bien recibido pues su presencia significaba alegría y buen humor. Siempre venía acompañado de las Musas, divinidades de las bellas artes, y cuando tocaba la lira se producía un silencio absoluto en señal de admiración. Este instrumento de cuerda le fue entregado a Apolo por el dios Hermes, que lo había construido al vaciar el caparazón de una tortuga y tensar sobre él los ligamentos de un buey recién sacrificado. Hasta el dios de la guerra, Ares, que como tal, siempre estaba dando guerra, se callaba. Como sabía que las piezas que tocaba con este instrumento eran de una ejecución magistral, nunca puso reparos a presentarse a certámenes musicales donde obviamente, siempre resultaba ganador.

En una ocasión, el sátiro Marsias retó a Apolo a una demostración musical. Había encontrado un aulos (como una flauta de dos tubos) que había tirado la diosa Atenea porque temía que de tanto hinchar las mejillas, estas terminaran fláccidas. Los dos interpretaron diversas piezas, uno con su flauta, Apolo con su lira y, aunque Marsias tocó el instrumento de una manera exquisita, Apolo le sugirió que tocaran y cantaran al mismo tiempo, cosa que el sátiro no pudo hacer al tratarse de una flauta. Ante esto, Apolo resultó ganador y, sintiendo que el sátiro había llevado muy lejos su osadía al intentar competir con él, lo colgó de un árbol y lo despellejó.

En otra ocasión fue Pan, un semidiós de los pastores y rebaños, quien tuvo la audacia de desafiar a Apolo en un duelo musical al comparar su música con la del dios. Tras el duelo, el propio Pan y el jurado allí establecido decidieron por unanimidad que el ganador era Apolo. Sin embargo, uno de los asistentes al evento, el rey Midas, que era un ferviente seguidor de Pan, puso en cuestión el fallo del jurado y esta insolencia le costó muy cara: para no volver a sufrir tal humillación y viendo la falta de oído del rey, Apolo convirtió las orejas de aquel en orejas de burro.

Como dios de las profecías, Apolo tenía su oráculo en Delfos, cuyas predicciones eran reconocidas en todo el mundo mediterráneo por no fallar nunca y a donde asistía gran cantidad de consultantes. Apolo ponía en conocimiento de estos la voluntad de Zeus por medio de la Pitia (o pitonisa) y si en alguna ocasión la profecía no llegaba a cumplirse era evidencia de que los hombres no habían sabido interpretar correctamente las palabras.

A pesar de que en la guerra de Troya Apolo benefició a los troyanos, las relaciones no siempre fueron así de amistosas. Generaciones antes de esta guerra, Apolo y Poseidón fueron condenados por Zeus a obedecer las órdenes del rey troyano Laomedonte. La pena consistía en construir una muralla alrededor de la ciudad, que las dos divinidades diligentemente se afanaron en hacer, cumpliendo así su castigo. Sin embargo, una vez concluidos los trabajos, el rey se negó a entregar a los dioses las treinta dracmas que les había prometido como recompensa, motivo por el cual tanto Poseidón como Apolo enviaron sendos “regalitos” contra la ciudad de Troya, la peste y un terremoto con maremoto incluido, todo a base de tridente.

Otra ocasión en la que Apolo se mostró especialmente duro con los troyanos fue cuando la princesa Andrómaca, hija del rey Príamo, era apenas una adolescente y el dios se presentó ante ella requiriendo sus favores sexuales. La joven Andrómaca se negó a entregarse al dios, y éste, como castigo, le concedió a la princesa un regalo envenenado. En adelante, Andrómaca tendría el don de la profecía y podría ver todo lo que acontecería en el futuro. Por desgracia, y ahí está el veneno, nadie creería sus palabras. Con este castigo, Andrómaca pudo prever la caída de la ciudad de Troya en el momento en el que el príncipe Paris puso un pie en el palacio de Príamo; sin embargo, tal como había vaticinado Apolo, nadie creyó a la princesa.

Durante la guerra de Troya, Apolo se mostró como un acérrimo enemigo de los griegos. Todo esto empezó cuando Agamenón (griego) tomó como esclava a la joven Criseida en una de sus incursiones al bando troyano y no quiso devolverla a su padre, que era sacerdote. Este suplicó al dios Apolo que vengara la afrenta y enviara una catástrofe sobre los aqueos. El dios escuchó la súplica de su sacerdote y envió sobre los griegos una terrible peste disparando flechas infectadas que causaron entre sus filas una gran mortandad. Calcante, adivino de Agamenón, le reveló que la causa de la peste no era otra que la ira del dios Apolo y que la enfermedad de sus tropas desaparecería en el momento en que devolviera la joven a su padre. Así lo hizo, pero con la condición de que el héroe griego Aquiles le cediera a una de sus más bellas esclavas, Briseida. Sin entender el porqué de esta petición, Aquiles accedió, pero se sintió ninguneado, por lo que decidió retirarse de la batalla junto con sus tropas. Esta acción de Aquiles resultó letal para el ejército griego, pero al menos la cólera del dios Apolo se apaciguó y la peste que asolaba el bando aqueo remitió.

Sin duda, la intervención más célebre y decisiva de Apolo en la guerra se produjo cuando el dios, encolerizado por la arrogancia y prepotencia de Aquiles, dirigió la flecha que el príncipe Paris le disparó a éste, haciendo que su punta se clavara en su talón, el único punto vulnerable de la anatomía del héroe. Aquiles murió como consecuencia de esta herida, causando una gran conmoción entre las filas de los griegos.

Entre las numerosas relaciones amorosas que tuvo este dios, hay que puntualizar que nunca tuvo una consorte fija sino relaciones esporádicas tanto de sexo femenino como masculino. Tuvo romances con todas las Musas, inspiradoras de las Artes y cada una de ellas relacionada con las distintas ramas artísticas y del conocimiento, compañeras de séquito de Apolo, con quienes incluso tuvo descendencia. De aquí, uno de los hijos más destacados o conocidos es Orfeo, con la Musa Calíope. El dios de la medicina, Asclepio, es también fruto de una relación de Apolo con la ninfa Coronida.
Sin embargo, una de las relaciones más conocidas de Apolo, que tan hermosamente nos relató el poeta latino Ovidio es la que tuvo con la ninfa Dafne: Apolo se burló de Cupido (Eros) por la poca habilidad de este en el manejo del arco y las flechas, vanagloriándose al mismo tiempo de no tener rival. Cupido se sintió herido en su amor propio ante tal afirmación e ideó una forma de vengarse. Sacó de su carcaj dos flechas, una de oro y otra de plomo; la de oro confería una locura de amor al que hiriera mientras que la de plomo producía el efecto contrario. Así, lanzó dos flechas. El receptor de la de oro fue Apolo, que quedó ardientemente enamorado de la ninfa Dafne, y simultáneamente esta recibió la de plomo, con lo que el sentimiento de rechazo hacia Apolo, cuando no de repulsión, se hizo patente.
La insistencia del dios hacia Dafne era acuciante pero esta, movida por el efecto de la flecha de plomo, rechazaba todas las proposiciones de Apolo. Las propuestas del dios se hicieron cada vez más frenéticas, de modo que la ninfa echó a correr para zafarse de los deseos de su acosador. Al sentirse incapaz de escapar, Dafne suplicó a la diosa Gea para que ésta la ayudara de alguna manera. En respuesta a sus oraciones, Gea transformó a la ninfa en un árbol, el laurel, de modo que así pudo escapar a los deseos sexuales de Apolo. Tras todo esto, y a pesar de ello, el dios continuó sintiendo una gran devoción por el árbol que antaño fuera su amada Dafne, y escogió el laurel como uno de sus símbolos. De este modo, el laurel se convirtió en la planta que coronaba las sienes de poetas y músicos, así como en uno de los productos asociados a las artes adivinatorias de la Pitia en el oráculo de Delfos.

De entre los amores homosexuales del dios Apolo, tuvo especial relevancia su relación con el joven Jacinto. Era éste un hermoso príncipe espartano que despertó la pasión amorosa del dios. En una ocasión, mientras Apolo enseñaba a Jacinto en la disciplina de lanzamiento de disco, el viento del oeste, Céfiro, que también se había enamorado del muchacho y estaba revuelto, loco de celos, desvió la trayectoria de uno de los discos lanzados por Apolo, de modo que el disco acabó impactando en la cabeza de Jacinto causándole la muerte. Desolado por esta pérdida, a su amado Jacinto lo transformó en una flor y las lágrimas que lloró por su muerte cayeron en sus pétalos dejando unas señales similares a las letras alfa e iota griegas. Estas dos letras representan el lamento de Apolo hacia su amado Jacinto (αι, αι, αι).

Apolo fue muy venerado en todo el ámbito grecorromano. En la mitología romana este dios fue tomado de los griegos sin ninguna alteración en sus características, y anterior a los romanos, los etruscos ya lo adoraban. En su honor se organizaban celebraciones en Delfos todas las primaveras y otoños, y cada cuatro años se convocaban competiciones artísticas y atléticas, los llamados Juegos Píticos, solo rebasados en importancia por los Juegos Olímpicos. En Roma ya desde el 212 a.C. se habían establecido este tipo de competiciones para honrar a Apolo. El emperador Augusto instituyó en señal de respeto a Apolo las Accias, también competiciones de carácter artístico y atlético, que lo que en realidad conmemoraban era su victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio en el 31 a.C.

Por Marisa Sastre

Deja un comentario